El problema de Mendoza es que es muy mendocina

Estamos en una sociedad a la que le cuesta hablar de cambios, donde la comodidad de todo lo conocido nos cae bien. Aunque el tiempo y las condiciones nos indican que necesitamos cambiar, no queremos dejar que el futuro llegue.

Edu Gajardo

La costumbre y la cotidianeidad suponen un estado de comodidad que en muchos lugares del mundo parecen estar arraigados en la comunidad, tanto que ante cualquier opción de cambio o de modificación de lo conocido parece ser una cuestión que en muchas ocasiones no estamos dispuestos a discutir. Eso parece suceder en Mendoza ante planteamientos, especialmente sobre el futuro y los cambios que se necesitan en la provincia, los que muchas veces rechazamos de plano y ni siquiera estamos dispuestos a debatir.

Al preguntarle a un amigo sobre esa situación y la aparente negativa a discutir cambios de fondo, me dijo que «el problema es que Mendoza es muy mendocina», dando a entender que los que habitamos esta provincia preferimos lo que ya conocemos y nos quedamos en esa especie de estado de comodidad que no estamos dispuestos a discutir.

En ese contexto, se me vinieron dos situaciones a la mente, la reforma constitucional y la discusión sobre la diversificación de la matriz productiva. Ambas, cuestiones que implican cambios en las bases, cambios profundos y que tienen impacto en el futuro de la sociedad mendocina.

Conversando con un secretario ministerial sobre la negativa a «discutir» sobre nuevas industrias y alternativas -como la minería- para una nueva matriz productiva, hizo una buena reflexión sobre la situación actual de la provincia y sus industrias madre. «Las industrias de base son como la polenta, son las que te tienen que dar de comer todo el mes, la polenta no debe faltar. Las otras actividades son como la carne y las salsas, que van a venir a darle más sabor. Pero cuando no tengas la carne y la salsa no te morís de hambre, porque tenés la polenta. El problema hoy es que la polenta no alcanza para todo el mes», me dijo.

Si lo que tenemos ya no nos está dando para asegurar una provincia próspera, con futuro y sustentable, por qué no nos abrimos a nuevas alternativas. Hoy, y de acuerdo a los números que el Ejecutivo provincial maneja, los sectores que más aportan al PBI son el turismo, los servicios sociales y la industria manufacturera. Sin embargo, no estamos dispuestos a discutir la posibilidad de atender mejor al turista con mayor oferta comercial, por ejemplo.

Cuando se plantea la posibilidad de tener horario corrido en el comercio o abrir los domingos, las puertas se cierran casi de inmediato, cuando podríamos iniciar el diálogo y discutir de qué forma todos podrían verse beneficiados, tanto los trabajadores, como los comercios y la provincia. Y ese es sólo un ejemplo de esa comodidad que a veces nos hace evitar ciertas discusiones.

En el listado del PBI están más abajo los servicios financieros, el petróleo junto a la minería y el gas y la agricultura, todas actividades que pueden seguir creciendo, pero que en algunos casos atraviesan profundas crisis, como es el caso de algunos productores. En ese contexto, por ejemplo, no se abren las puertas para dialogar la posibilidad de avanzar con la minería que permite la ley 7.722 y la consiguiente activación y potenciación de otros sectores, como la misma industria manufacturera. Esto porque sólo al nombrar la palabra minería, cierra todas las puertas y no hay opción de discusión seria.

¿Por qué no podemos sentarnos y hablar de lo que podemos hacer y lo que no? ¿Nuestra Mendoza es tan mendocina como para preferir «evitar siempre la jeringa»? ¿No será mejor dialogar y con mente de estadista pensar en la Mendoza del futuro?

Un punto que hace que Mendoza sea muy mendocina es la desconfianza que hay en los gobernantes, porque muchas veces se prometieron cosas que no se cumplieron y vemos en cualquier cambio una segunda intención, un engaño, un algo escondido que no no están contando, pero «que seguro será para cagarnos».

Ese sentimiento, por ejemplo, se refleja -desde mi punto de vista- en la negativa que existe a tocar, aunque sea en lo más mínimo, la Constitución Provincial. La carta magna que data de 1916 y cumple 100 años, es otra materia que cuesta discutir a nivel masivo, tanto que en la actualidad las jornadas de discusión que se desarrollan son acotadas, pero al momento de intentar ampliar el debate hay una resistencia, especialmente por la posibilidad de que se intente avanzar con la reelección del gobernador.

Los comentarios en los foros y los resultados de las consultas, dan muestra de la negativa a discutirla, a pesar que ya tiene un siglo y que, claramente, no vivimos en las mismas condiciones ni proyectamos la provincia como hace 100 años.

Con una provincia en crisis, con arcas provinciales complicadas, pero con un potencial enorme, no será momento de sentarnos a conversar lo que es mejor para nosotros, lo que esperamos para los próximos años, década y siglos. Discutir, compartir ideas y hablar de lo que somos, de lo bueno y lo malo que tenemos, puede ser el primer paso para salir de la comodidad que -a mi entender- por momentos nos invade y nos impide ver que hay cosas que necesitan grandes cambios, pero que no son posibles sin grandes debates y sin una sociedad movilizada.

En el Gobierno provincial, empezando por el mismo Cornejo, hay una visión llamativa y que apunta a cambios fundamentales, pero como se avanza en ciertos temas, hay otros en los que el llamado «costo político» puede afectar y volver a ponernos en la situación de «sacarle el c…a la jeringa «. Ese efecto también es producto de la falta de debate, porque si cuando no nos gusta algo y no apuntamos al diálogo cortamos una ruta, el político con visión se transformará en un rehén que no puede sacar adelante al potencial estadista que tienen ciertas autoridades.

«Mendoza puede ser muy mendocina», pero también puede ser una provincia que cuida su identidad sin dejar de mirar al futuro y proyectar un Estado moderno con posibilidades y condiciones óptimas de desarrollo para todos.

 

Mdz

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