Historias y aventuras para descubrir en las minas de San Virgilio

En lo alto de Calamuchita, fueron un sitio relevante de extracción de tungsteno. Son “hermanas” de las del cerro Áspero y llevan medio siglo de inactividad minera.

Sus interminables galerías oscuras y silenciosas en medio de la montaña evocan la “fiebre” del tungsteno, un mineral muy codiciado por las potencias europeas por su uso en la industria armamentista, cuando estaban enfrascadas en sus guerras mundiales.

Los ecos de las voladuras con dinamita y el silencio sepulcral posterior aún anidan en la memoria de algunos ancianos que, de niños, correteaban por estos cerros, al sur del valle de Calamuchita. A pico y maza se extraía de la veta de la roca. El tungsteno es un mineral de extrema resistencia que no abunda en la superficie terrestre, lo que acrecentaba su valor.

La mina de San Virgilio, ubicada en las Sierras Grandes, al filo del límite con San Luis, es hoy un fantasma de lo que fue en aquellos años dorados de la minería. Es “hermana” del cercano y similar yacimiento de cerro Áspero, también abandonado desde hace décadas, pero que dio vida mucho después a lo que se conoce como Pueblo Escondido, una meca del turismo de aventura en Córdoba. En el Áspero, un emprendimiento turístico reabrió el sitio con comedor, hospedaje y camping, al que llegan los amantes del trekking, las motos enduro y las camionetas doble tracción. Allí, entre un río con cascadas, asombra lo que quedó de aquel pueblo minero en el que vivían cientos de personas y que tenía hasta energía propia.

San Virgilio es mucho menos conocido que cerro Áspero, y hasta más complicado de ubicar. Pero tiene todo para ser otro centro de turismo de aventura para descubrir en las sierras.

Apogeo y derrumbe

A esas dos grandes minas, esta región sumaba un centenar de pequeñas, operadas por productores independientes. Era el foco de mayor extracción y exportación de tungsteno (o wolframio) en Argentina. Hasta que, hace unos 60 años, el mismo producto de China a menor precio copó el mercado mundial y derrumbó la actividad.

En San Virgilio quedan los largos túneles con sus vías y “zorras” abandonadas. Quedan también, como testigos perdidos en el tiempo, el esqueleto de la proveeduría que abastecía a las familias de los mineros, un generador de energía, los albergues de los trabajadores y lo que fue la administración. Algunos espacios parece que hasta ayer fueron habitados: camas en habitaciones con paredes descascaradas, una cocina con alacenas entreabiertas, una heladera con un imán y antiguas botellas de aceite de vidrio en su mesada. Galpones y herramientas de trabajo dispersos por el predio completan la imagen.

A diferencia de Pueblo Escondido, que fue reconvertido con fines turísticos, San Virgilio está abandonado. El vandalismo de algunos visitantes sumó deterioro. Pero conserva encanto, misterio y oportunidades para ser un sitio atractivo para que los que buscan “otra cosa” en las Sierras.

Llegan, por sus medios, visitantes de a pie, a moto, a caballo o en vehículos todo terreno. No hay promoción ni atención. Pocas indicaciones además: sólo el boca a boca ayuda a orientarse.

Los hijos del obrador

Lágrimas derramó Osbaldo Arias (71), al regresar después de más de 60 años a San Virgilio. Al igual que tres de sus seis hermanos, nació en el obrador, donde vivían decenas de mineros con sus familias.

María Valentina (75), hermana mayor de Osbaldo, evoca con lucidez el momento en que dejaron la mina: el 6 de enero de 1948. Finalizadas las grandes guerras europeas, el trabajo había mermado en gran proporción. A su vez, una afección pulmonar acarreada por una década trabajando en el subsuelo de la tierra terminó por decidir a don Arias a abandonar la mina junto con su familia. Pusieron proa hacia Embalse, donde la construcción de la Unidad Turística aseguraba nuevo trabajo.

En San Virgilio –recuerdan– hasta había un salón de fiestas, de techo de chapa, donde cada dos meses había reuniones con baile y música. “Tengo como una película de aquello, recuerdo a mi padre con el casco en la cabeza y la linterna adelante”, evoca María, sobre una postal del pasado minero ya inexistente.

Un recorrido pintoresco

No hay carteles indicativos para llegar a San Virgilio. Desde Río de los Sauces (a 20 kilómetros de Berrotarán), hay que recorrer 35 kilómetros de ripio, hacia el oeste. Se cruza dos veces el río Guacha Corral, hasta el paraje Rodeo de los Caballos y su escuelita rural. Desde ahí, es sólo para caminata, caballo, moto o camioneta. Cerca, una bifurcación deriva a la derecha hacia cerro Áspero y a la izquierda toma el camino de unos seis kilómetros (dos horas a pie) hasta San Virgilio.

 

La Voz

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