Río Turbio: la mina de la corrupción

 

La única esperanza de subsistencia de la cuenca carbonífera es lograr volver a extraer el carbón; los desafíos que plantea dejar atrás los negociados para transformarse en un polo sustentable

Hay un lugar en la Argentina que tiene más extensión de túneles que la Ciudad de Buenos Aires. Bajo las calles porteñas se cavaron 61 kilómetros de galerías desde 1913, cuando se inauguró el subterráneo. A 2770 kilómetros, hay un otro poblado que tiene más pasadizos subterráneos. En Río Turbio, paraje en el que el viento levanta un polvo oscuronegro, la mina de carbón más grande del país a tiene 72 kilómetros de galerías. Allí radica el corazón negro de la cuenca carbonífera.

Para algunos, es un destino de privilegiados que cobran muchos. Para otros, el pueblo oblado de sufridos mineros que arriesgan su vida cada vez que se sumergen en las galerías y que respiran aire de caverna. Rincón negro de corrupción kirchnerista y, a la vez, apuesta por sostener una actividad que irriga la vida de esos aquellos habitantes de la Patagonia extrema.

No es para menos el debate. Según datos de la Asociación Argentina de Presupuesto, en los primeros siete meses del año, 2033 millones de pesos subsidiaron el emprendimiento, algo así como $ 9,6 millones diarios.

En los últimos 10 años, $ 26.000 millones se giraron a Yacimientos Carboníferos Río Turbio (YCRT), además de otros US$ 1000 millones para construir una usina térmica que queme el carbón.

Con la mina todavía sin producir y la central paralizada, se acumulan por lo menos 13 causas judiciales que giran en torno al ex ministro Julio De Vido. De lo poco que se peritó hasta el momento, se desconoce el destino de uno de cada dos pesos gastados por la gestión kirchnerista. Río Turbio es así un r Hoy, la central está paralizada, la mina recién se empezó a prepararse para producir hace un año y medio y Julio De Vido, el hacedor de aquel valle de millones, consume sus días en explicaciones ante una Justicia que lo rodea con pruebas de corrupción.incón negro de corrupción y, a la vez, una apuesta para sostener una actividad que irriga la vida de los habitantes de la Patagonia extrema.

Éste es el centro de la discusión. ¿Vale la pena invertir ese dinero en una mina que no extrae carbón y que espera que se termine una central inconclusa que lo queme? ¿O es una inversión que la Argentina debe hacer por el aporte a la soberanía que hacen los lugareños? ¿Qué impera a la hora de tomar decisiones: lo económico o lo geopolítico?

Sólo un dato para ilustrar la importancia geopolítica del lugar: además de estos tres pueblos, que están prácticamente unidos, no hay otra población argentina en 300 kilómetros a la redonda. Claro que hay importantes y concurridas ciudades chilenas, como Puerto Natales y Punta Arena.

En esta zona hay una particularidad: el carbón se convierte en oxígeno. Aquí no habría vida sin Yacimientos Carboníferos Río Turbio (YCRT). Es un sistema que gira en torno a un sol negro, escondido debajo de una sierra. Allí se meten seis horas por día los hombres del pueblo, a caminar con una luz en la frente para llegar al lugar donde hincarán el pico o removerán una piedra. A las seis horas, cuando asoman de las galerías, «los viejitos», como se llaman entre ellos, serán quienes inundarán con su impronta de hombres curtidos la vida de la ciudad. Son el epicentro. Con sus mamelucos azules o con sus autos nuevos y embarrados. La mina subterránea, escasa en aire en su interior, es la que oxigena cada lugar en la superficie.

Hasta aquí, la alquimia del carbón convertido en el aire del pueblo. Pero no es tan simple la fórmula. A esa pócima le falta un condimento: el dinero para que el andamiaje funcione. Desde el combustible para cada vehículo de la empresa hasta el contenido de cada una de las billeteras de los 3700 empleados del yacimiento, todo es dinero que aporta el Estado.

Por ese «dineroducto» que se construyó durante años desde el poder central no sólo viajaron, y viajan, millones. También se transporta el sentido de los pobladores de esta punta de la Patagonia, y también ese carácter de hombres poderosos de los mineros, admirados por los suyos y mirados con recelo por el resto. Ellos ganan mucho dinero, los jóvenes los admiran y los otros, miran.

Esa cuenta que vio pasar 26.000 millones de pesos en los últimos 10 años trajo la política sucia. Ese lugar de Santa Cruz esconde secretos de corrupción y negocios de los más encumbrados «pingüinos».

Alejado de todo centro urbano y manejada por fieles colaboradores, Julio De Vido y varios de sus funcionarios más cercanos hicieron romerías en la mina con la promesa de una reactivación que nunca llegó. Fue el escenario de uno de los mayores sistemas de corrupción que se instalaron en la argentina kirchnerista. «Pusieron toda la energía, toda la inteligencia para robar, no para sacar carbón», dijo Omar Zeidán, el actual interventor de YCRT.

Ahora la Justicia se enfocó en Río Turbio, orientada por una auditoría que hizo la nueva gestión. Y entonces el ex ministro y sus hombres de confianza peregrinan por Tribunales con varias causas a cuestas.

Hoy no se vende un solo gramo de carbón. «Es un subsidio al ciento por ciento el que tiene la mina», dice Zeidán. Las razones son varias. «Adentro el mejor lugar para guardarlo», cuenta Julio Giordano, técnico minero a cargo de una de las cuadrillas que trabajan en la recuperación de la mina

Por ahora, nadie demanda el mineral del yacimiento. Ese cliente perfecto que compre toda la producción es la Central Térmica Río Turbio, una usina a carbón de 240 megas que ya costó 1000 millones de dólares y que está detenida y cuestionada. Un elefante pintado de azul en medio del paisaje marrón. Todo está en pausa.

Mientras tanto, en cuatro turnos diarios, los mineros remueven piedra por piedra para que la mina vuelva a respirar. Los viejitos tienen que dejar el yacimiento a punto. «La mina estaba devastada», dice el diputado y líder de Cambiemos en Santa Cruz, Eduardo Costa, uno de los referentes de la actual intervención.

Silenciosos y parcos, los mineros obedecen a una orden que llegó desde el Ministerio de Energía. Juan José Aranguren ya se lo dijo a Zeidán y a su gente cercana. Palabras más, palabras menos, los conminó a que demuestren que pueden lograr la extracción continua del mineral. El desafío es pasar de las 80.000 toneladas que se extraen por año a 1,2 millones que necesitarían las calderas de la usina. Luego, se negociará para terminar con la central térmica. «Esperemos antes de fin de año poder estar en condiciones de extraer carbón durante las 24 horas. Falta muy poco», cuenta Walter Gerez, gerente de Servicios de Mina.

La llamada Cuenca Carbonífera está compuesta por tres localidades: Río Turbio, Julia Dufour y Veintiocho de Noviembre. Nadie sabe a ciencia cierta cuánta gente habita estas tierras. El 27 de octubre de 2010, cuando los censistas preparaban sus planillas, el país amaneció con la peor noticia para los pobladores de esa zona. El hijo pródigo de la cuenca había muerto. Néstor Carlos Kirchner murió acá cerca, en su casa de El Calafate. Cuentan lo pobladores que la noticia fue tan impactante que el censo se suspendió. Según los datos del Indec de 2010, Río Turbio tiene 8814 habitantes, de los cuales 4214 son mujeres y 4600 son hombres, y su vecino, Veintiocho de Noviembre, 6545 pobladores. La cuenta parece escueta ya que sólo en YCRT trabajan 3700 empleados. «Hay cerca de 25.000», dice Zeidán.

Como casi todos los números en la Santa Cruz de los Kirchner, no hay precisiones. De lo que sí se puede tener datos certeros es de la presencia de Kirchner en el lugar, coronado con una estatua en la entrada a la cuenca, con el ex presidente de traje cruzado y brazos abiertos.

La historia moderna de la mina de carbón de Río Turbio empezó con el peso de la muerte y con la carga de la culpa. En 2004, la mina vivió su tragedia más importante: 14 mineros murieron por un incendio en una de las galerías. Unión nueve, dentro de mina cinco. Así se identifica el lugar del incendio que se llevó a 14 operarios cuyo recuerdo está intacto en un santuario ubicado en el acceso más visible a la mina.

«Aún no se sabe cómo pasó; nunca terminamos de entender por qué sucedió. Yo ya trabajaba en la mina; era operario. Es un recuerdo muy vivo, cada minero te cuenta cómo vivió ese momento, dónde estaba. Fue el accidente que más nos marcó», cuenta Gerez.

Kirchner decidió acallar las voces que lo criticaban en esta comarca enmarcada por el duelo y el dolor. Desde entonces jamás se escuchó un «no» para los reclamos de los mineros. Los millones llegaron mensualmente y los beneficios también. La jornada laboral se redujo de ocho a seis horas por turno y se dejó de trabajar los sábados. Los mineros se repartieron el día en cuatro turnos rotativos diarios. Todos quieren en la zona ser empleados de YCRT.

Después de años, finalmente les llegó un «no». La negociación paritaria que transcurre por estas horas es durísima. La administración actual necesita empezar a encaminar los números rojos y «los viejitos» tomaron la mina . Así se negocia en el Sur. Se discuten varias cuestiones, entre ellas, la Bonificación Anual por Eficiencia (BAE), un concepto por el que cada minero puede hacerse de un cheque anual con el que podría comprar un auto cero kilómetro de gama media al contado.

Ese beneficio estuvo vigente en los últimos años, pero ahora Zeidán y su gente lo quieren discutir. Nada se negocia en la Patagonia sin una medida de fuerza.

Pero no todo quedó en los beneficios laborales. Kirchner les ofrendó a los pobladores de la cuenca un viejo anhelo: construir la usina. Sacar carbón para que lo queme la generadora y, finalmente, vender energía y no mineral.

Aquella decisión se completaba con la extensión de la red interconectada de alta tensión. Además, una cinta transportadora de cinco kilómetros, que hoy se puede ver y que pasa por las bocas de las minas y llega a la central, iba a llevar 1,2 millones de toneladas anuales de carbón que tenían previsto que consumirían las calderas.

Pasaron 13 años y la usina no se terminó. La mina jamás se mantuvo y empezó a sufrir la estructura básica de subsistencia. El yacimiento se desplomó y las galerías principales de ventilación, una suerte de sistema respiratorio de las entrañas de las galerías, quedaron obstruidas por rocas de una montaña viva.

Sin planes concretos de producción de carbón, el kirchnerismo con De Vido y su ladero, Roberto Baratta a la cabeza, sinceraron los planes que verdaderamente tenían: conectar la usina a un gasoducto. Todo empezó EN marzo de 2014, cuando Miguel la Regina, ex número dos de YCRT, realizó un pedido para estudiar la reconversión de la usina de carbón a gas. El expediente que De Vido negó una y otra vez se identificó como 0298250/2014 y el objeto era el «Estudio de conversión a sistema dual de los quemadores principales y sistema de reinyección de las cenizas volantes de las dos calderas Foster Wheeler de la Central Termoeléctrica Río Turbio».

Mientras el ministro y los suyos negaban la existencia del expediente, el 12 de enero de 2015, mediante la nota 43.523/2015, que se encuentra adjuntada en el folio 353 de la carpeta administrativa, el entonces interventor Atanasio Pérez Osuna hizo una contratación directa de Isolux para que avanzara en el estudio de factibilidad del proyecto de reconversión por un monto de 5,57 millones de pesos. Un folio después, la responsable de la delegación Buenos Aires de YCRT le confirmó al interventor que el dinero estaba disponible en la Sucursal Plaza de Mayo del Banco Nación.

Mientras tanto, lejos de las miradas indiscretas, la corrupción y las promesas anidaron en este rincón. Ahora todo aquello está en revisión y las denuncias sobre los millones que nunca llegaron se acumulan en Tribunales. De Vido y Baratta son los más comprometidos, pero hay muchos más en la mira de los jueces.

Fue Miguel Arancio, subgerente de Abastecimiento de YCRT, el encargado de desmarañar el sistema que imperó en la mina. Hasta ahora, la auditoría se concentró en una metodología que tuvo como protagonista a la Regional Río Gallegos de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN). «Todo empezó en 2007. El 14 de enero de 2008, se firmó un convenio de cooperación y asistencia entre el yacimiento y la facultad. Lo graciosos es que no tienen ingeniería en mina», cuenta Arancio en Río Turbio.

Con el paraguas de aquel acuerdo empezó la operatoria. «YCRT le encargaba a la UTN cualquier cosa que se necesitaba hacer o comprar, incluso adquirir equipos que no estaban en el convenio marco. La facultad, a su vez, creó una Fundación Facultad Regional Santa Cruz», relata. El esquema quedó armado. La minera pedía un trabajo o una compra a la universidad, que, a su vez, lo derivaba a la fundación. Ésta era la que negociaba con el proveedor. Como la empresa tenía un monto máximo de $ 13 millones para contrataciones directas, dividían la orden en tantos contratos como necesitaban para obviar la licitación. «La facultad presentaba rendiciones de cuentas, la fundación no. Por eso la usaban», detalla.

Esa intermediación encarecía cada compra. «De lo que el proveedor presupuestaba, la fundación le cobraba a la facultad un 10%. Y sobre ese total, la facultad nos cobraba a nosotros otro 10%. Por la intervención de ambas había que sumar 21%. A eso hay que adicionar los sobreprecios», dice. Llegaron a cobrar $ 1092 millones, aunque se facturó mucho más. «Sólo en los dos últimos dos años, se pagaron $ 900 millones», informa el subgerente.

Sólo para ilustrar. «Hubo un caso de compra de cañerías para interior de mina. El precio de mercado era de $ 61 millones y los convenios firmados sumaban 311 millones. Le doy otro caso de una firma que vino a hacer perforaciones para realizar estudios de rocas. Hizo los trabajos y el presupuesto fue de $ 52 millones. La facultad nos pasó 87,9 millones, un 68% de sobreprecio», finalizó Arancio que relató sólo dos ejemplos.

Fue el lugar perfecto para que anide la corrupción. Fue una cuna del relato. «Se utilizó la muerte de los 14 mineros para robar. Cuando Kirchner anunció inversiones todos aplaudimos. Pero utilizaron esos vecinos que se asfixiaron y quemaron bajo tierra para vaciar la empresa. Nadie imaginó semejante robo en nombre de los mineros de carbón», dice, con la vista al piso, Omar Zeidán.

El tiempo de este corazón negro que funcionó con respirador artificial parece haber terminado. Lo que aún no se sabe es cómo se las arreglará para volver a latir con fuerza.

La Nación

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