Las dos universidades de Salta vienen trabajando intensamente por acercar a sus carreras tecnológicas con el sector industrial de nuestra provincia. Lo que parecería una obviedad, es en realidad una necesidad que requiere un gran esfuerzo de diálogo y comprensión y, en el plazo lo más breve que sea posible, producir objetivos y estrategias en común.
Ambas partes deben superar dificultades y prejuicios. Esto se nota especialmente en la definición de los temas de investigación y desarrollo tecnológico en el ámbito académico; mientras que la universidad tiende a definir sus trabajos en función de la ciencia misma, las empresas necesitan otros objetivos, que la universidad podría brindarles, pero que el sector privado no solicita.
En un reciente encuentro, del que participaron representantes de las universidades de Salta, Tucumán, La Rioja y Misiones, y de la industria, el agro y la minería de nuestra provincia, todos admitieron que es necesario superar los desentendimientos y hasta la desconfianza mutua.
Esa distancia se hace notable en las investigaciones preparatorias para las tesis de doctorado. Las empresas necesitan incorporar tecnología mucho más rápidamente de lo que exige el método científico, que toma sus tiempos para definir hipótesis, verificar cada resultado, someterlo a prueba y recién entonces consolidar la te sis.
Esas investigaciones requieren financiamiento, y las empresas son renuentes a brindarlo, porque muchas veces, el trabajo científico termina verificando que el rumbo elegido era erróneo. Pero no se trata de una grieta insalvable. Hay varios factores para tener en cuenta.
El primero es que el Estado no puede estar ausente en estas deliberaciones, ya que para que la universidad y las empresas conformen un proyecto en común es imprescindible, al mismo tiempo, que el país, cada provincia y cada municipio comulguen en un modelo productivo, a largo plazo y por encima de los cambios de go bierno.
Ese modelo exige superar un obstáculo que viene alejando a la Argentina, cada vez más, de los mercados del mundo, y que es la falta de competitividad y los costos internos.
Gran parte de esos costos está constituido por la presión tributaria, que es asfixiante, la falta de financiamiento a tasas rentables, la ineficiencia del transporte, la ausencia de infraestructura, el muy deficiente y burocrático sistema aduanero y el insostenible precio de la energía, además de la incidencia del costo laboral. En la Argentina está más o menos definido que la industria agroalimentaria y la de origen minero deben ser el punto de apoyo de la modernización productiva. Pero la exportación de alimentos debe asumir las exigencias de mercados con creciente poder adquisitivo y requisitos muy estrictos en materia de calidad, cuidado e impacto social. Hoy, la trazabilidad de los alimentos obliga a observar esos requerimientos.
En tales condiciones, el sistema educativo y el mundo académico también deben plantear sus objetivos pensando en un nuevo modelo de país.
La orientación de la escuela hacia una mayor comprensión de textos y hacia el razonamiento científico matemático, hoy en déficit, va a ser un aporte sustancial para la formación de personal que requieren las empre sas.
A su vez, en los países más exitosos, la universidad ofrece al sistema productivo tres fortalezas imprescindi bles.
El primero es la formación de profesionales con un nivel competitivo de conocimientos y con hábitos de investigación e innovación.
A esto se suman los trabajos de maestría, que recogen los recursos aplicados con éxito en distintas partes del mundo y los adaptan para su aplicación a nivel local.
Finalmente, las tesis de doctorados, resultado de investigaciones que brindan conocimientos completamente nuevos, con impactos productivo y social verificables.
Los países desarrollados, y notablemente aquellos cuyo crecimiento ha sido vertiginoso en el último medio siglo, China y Corea, son los que han orientado a sus universidades en esta dirección.
Salta y el país deberían asumir esta iniciativa como políticas de Estado reales y con metas de largo plazo. No es una quimera. En un pasado casi olvidado, estos criterios permitieron a la Argentina proyectarse como uno de los países más evolucionados y promisorios del mundo.
El Tribuno