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Todas las leyendas de El Dorado

El centro colombiano atesora tanta historia como riqueza. En noviembre de 2000, el artista más conocido de Colombia, Fernando Botero, regaló a su país una colección de arte contemporáneo reunida a lo largo de su vida: 208 obras, 123 de su propia autoría y 85 de artistas internacionales. Era una prueba de la fe que el artista de las formas desmedidas tenía en el porvenir de los colombianos. El museo Botero, lleno de nombres como Bacon, Balthus, Bonnard, Picasso o Braque, se convirtió inmediatamente en el más visitado de la ciudad. Situado en el barrio de la Candelaria, uno de los conjuntos coloniales más animados y mejor conservados de Latinoamérica, está rodeado de otros centros artísticos de ámbito local, y de uno excepcional por su belleza y por su importancia histórica: el Museo del Oro, materialización de El Dorado, la leyenda por la que muchos aventureros perdieron la cabeza e incluso la vida buscando el oro y las piedras preciosas de los pueblos nativos.

Esa obsesión por encontrar El Dorado, tantas veces llevada al cine (Aguirre, la cólera de Dios, de Werner Herzog; El Dorado, de Carlos Saura), tiene cerca de Bogotá un imponente escenario en torno al cual se multiplicó la codicia de muchos: el Parque Natural Laguna del Cacique de Guatavita, un enorme altiplano que fue un lago pleistocénico sobre la cordillera de los Andes. A 75 kilómetros de Bogotá, la laguna, está situada a una altura de 3.100 metros sobre el nivel del mar, tiene cuatro kilómetros de circunferencia y una profundidad media de 40 metros. Las crónicas del franciscano fray Pedro Simón describían cómo, sobre esa enorme laguna, los indígenas extendían dos cuerdas que, en forma de cruz, y la atravesaban. El cacique local, con el cuerpo embadurnado de polvo de oro, se dirigía hacía el centro cargado de piedras y metales preciosos y procedía a realizar sus ofrendas lanzando al agua todo lo que portaba en honor de la diosa Guatavita. La visión debió de ser tan impresionante que las leyendas y el ansia de encontrar los tesoros se multiplicaron. Los españoles intentaron vaciar la laguna y después los ingleses persistieron con nuevas artimañas de desagüe. Oro había, pero lo cierto es que, tal como demostró la historia, ni las minas de oro eran tan fabulosas, ni las esmeraldas se pesaban por quintales.

El auténtico tesoro se encuentra bien custodiado por el Banco de la República en el Museo del Oro, en un sólido edificio blanco de cinco plantas construido por Germán Samper Gnecco, inaugurado en 1968 y ampliado en 2008. Una museografía tan espectacular como didáctica acoge la colección de orfebrería panhispánica más imponente del mundo, con 34.000 piezas de oro y tumbaga (aleación de oro y cobre) y más de 20.000 objetos de cerámica, piedra, concha, hueso y textiles, muchas fabricadas hace por lo menos 2.000 años por las diferentes aborígenes asentadas en la actual Colombia, antes de la llegada de los españoles.

El discurso expositivo arranca poniendo en valor la tierra de la que se extraen los metales y termina, justamente, en la vuelta a la tierra, como ofrenda, mientras vemos como el dominio sobre los metales crece en paralelo a los avances sociales. El recorrido está pensado para que el visitante sitúe con mapas, textos explicativos y objetos preciosos, los principales pueblos prehispánicos: de dónde venían, dónde se asentaron, cómo vivían, quiénes eran sus dioses y cómo desaparecieron.

 

El País

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