Tras una jornada electoral dramática, el republicano superó el mínimo de 270 electores y venció a Hillary Clinton
NUEVA YORK.- El republicano Donald J. Trump se imponía en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, y se encaminaba a convertirse en el 45º presidente del país, pero su rival, la demócrata Hillary Clinton, se resistía a conceder la derrota.
El sorpresivo batacazo de Trump, un cataclismo político inédito en la historia política del país, comenzó a cobrar forma apenas comenzaron a despuntar los primeros datos oficiales, que lo mostraron en una posición mucho más sólida a la que anticipaban todas las encuestas y los pronósticos, sus propios colaboradores y la tendencia del voto anticipado.
Trump, el magnate inmobiliario devenido en el «outsider» que pateó el tablero político de Estados Unidos y lideró un movimiento contra el «establishment» de Washington, incluido el propio Partido Republicano, dominó el mapa electoral, y tras una campaña divisiva, hostil y desgastante, terminó por gestar un histórico y contundente triunfo que sumió en la tristeza a los seguidores de su rival, la demócrata Hillary Clinton, quienes daban casi por descontado un triunfo.
Trump ganó en Florida, Ohio y Pensilvania, los «estados pendulares» más importantes que le brindaron una ventaja casi decisiva para alcanzar los 270 votos necesarios para obtener la mayoría en el Colegio Electoral. Con esos estados, más los bastiones republicanos del centro rural y el sur del país, Trump obtenía 265 votos, y llevaba la delantera en Wisconsin, Michigan y Arizona. Un triunfo en cualquiera de esos estados sellará su victoria definitiva.
El mapa electoral de la elección presidencial dejó las divisiones de Estados Unidos a la vista: Clinton aparecía mejor posicionada en las costas cosmopolitas, donde late la «nueva economía», mientras que Trump se impuso en los estados del centro rural el sur del país, y en «Rust Belt», la región que más ha sufrido el éxodo de fábricas que provocó la globalización, y la pérdida de empleos por los avances tecnológicos.
Ni sus insultos, ni las acusaciones de acoso sexual en su contra, ni sus polémicas declaraciones -públicas o privadas- o las críticas por el mensaje xenófobo, racista y nacionalista de su campaña, o el rechazo del propio Partido Republicano, la prensa y el «establishment» político y económico del país frenaron el fenómeno Trump.
Su triunfo fue un acto solitario. Trump lideró una campaña errática, mucho más pequeña que la de Clinton, sin el respaldo de su partido ni contó con grandes donantes. Todo el peso de su cruzada por el poder recayó sobre sus hombros. Tuvo el apoyo incondicional de su familia, y de sus más estrechos colaboradores.
Trump tocó una fibra en la sociedad de Estados Unidos y construyó un movimiento que contó con el respaldo de los hombres, la población blanca, y los votantes sin título universitario. Su mensaje populista y proteccionista, en contra de los acuerdos de libre comercio, prendió muy bien en el norte y el centro del país, el «Rust Belt», la región que más ha sufrido el éxodo de fábricas que provocó la globalización, y la pérdida de empleos por los avances tecnológicos.
En vilo y perplejo, Estados Unidos siguió anoche el conteo voto a voto, en medio del estupor por el inesperado giro, que muy pronto recordó al referendo en el Reino Unido que selló un quiebre en la Unión Europea, o el rechazo de los colombianos al acuerdo de paz.
La sorpresiva fortaleza de Trump en el noreste del país había sembrado nerviosismo y perplejidad entre los seguidores de Clinton, reunidos en el centro de convenciones Javits, en el centro de Manhattan, a medida que avanzaba la noche y el conteo. Pasada la medianoche, sólo quedaba tristeza y decepción, a medida que los seguidores de Trump festejaban.
La campaña de la demócrata había derrochado confianza en la recta final hacia los comicios sobre la solidez de su «cortafuegos» en el noreste del país, un puñado de estados que esperaban ganar, pero donde los primeros datos oficiales contradecían todos los pronósticos. Trump parecía haber logrado quebrar el «cortafuegos» del que presumía la campaña de Clinton en el noreste del país -una confianza convalidada en las encuestas-, al liderar la votación en New Hampshire, Wisconsin y Michigan, todos estados que Obama había ganado en 2008 y 2012.
El mapa electoral que pintaba el conteo inicial de votos dejó las divisiones del país a la vista: Clinton aparecía mejor posicionada en las costas cosmopolitas, donde late la «nueva economía», mientras que Trump se impuso en los estados del centro rural el sur del país, y en «Rust Belt», la región que más ha sufrido el éxodo de fábricas que provocó la globalización, y la pérdida de empleos por los avances tecnológicos.
«Estoy un poco decepcionada, y bastante nerviosa», confesaba anoche a LA NACION Clara Pustkowsky, 64 años, y una de las seguidoras de Clinton que viajó a Nueva York para una celebración en el Centro de Convenciones Javits que quedó en duda. Su estado de ánimo era compartido por otros miles de seguidores, y por millones en todo el país.
Eso, más su triunfo en Ohio y Florida, le brindaba a Trump un sendero viable para alcanzar a los 270 votos necesarios para quedarse con la victoria, un escenario que hasta ayer por la tarde parecía un poco menos que imposible. Clinton debía si o si retener Wisconsin, Michigan y Nevada para poder recuperar el terreno perdido en los otros estados y cantar la victoria.
Sea cual sea el resultado final de la votación Estados Unidos marcará un nuevo hito en su historia: si gana Clinton, ícono del «establishment» de Washington, se convertirá en la primera mujer que ocupará la presidencia; si gana Trump, el «outsider» que pateó el tablero político, será el primer candidato en llegar a la Casa Blanca sin haber ocupado antes un cargo público.
Hubo otros dos nombres en las boletas de todo el país: Gary Johnson, el candidato del Partido Libertario, y Jill Stein, candidata del Partido Verde. Y en 43 estados se pudo votar por un quinto candidato, Evan McMullin.
La fortaleza que mostró Trump en el inicio del conteo sembró pánico e incertidumbre entre los inversores. Los mercados asiáticos abrieron con caídas marcadas, y los futuros del índice Dow Jones anticipaban una jornada frenética en Wall Street.
Desde muy temprano, las escuelas del país comenzaron a mostrar una imagen que se repitió de costa a costa: largas filas de personas a la espera de una decisión que torció el rumbo del país, y del mudo. Más de 200 millones de personas se habían registrado para votar.
Las encuestas a boca de urna disponibles volvían a marcar algunos de los rasgos distintivos de la elección: una amplia desconfianza del electorado hacia los dos candidatos, y un marcado descontento de los norteamericanos con la política. Ocho de cada diez latinos respaldaron a Clinton, una proporción mayor a la que cosechó Obama, según un sondeo de Latino Decisions. Pero eso no parecía alcanzarle.
Marisa Mabli, una trabajadora social de 40 años que vive en Brooklyn, fue a votar muy temprano a una escuela de Prospect Heights, donde antes de las 8 de la mañana ya se veía una cola de gente esperando para sufragar. «Ha sido una campaña fea», dijo. «Mostró que hay dos países y eso me pone muy triste. Pero viene un cambio, y va a ser grande», agrego. Mabli votó por Clinton, emocionada.
«Votar por una mujer para la presidencia es una de las cosas más significativas que me pasaron en la vida», dijo a LA NACION, con lágrimas en los ojos.
Jesse Kasendog, un ingeniero de 38 años que votó por Clinton en la misma escuela, describió a la campaña como molesta y un «ataque a los nervios». Como muchos otros norteamericanos, no ocultó su preocupación ante la posibilidad de que la jornada termine en incertidumbre, sin un claro ganador.
«Espero que ella gane, y espero que todo vaya bien. Quiero que haya un resultado claro. Me acuerdo de la elección de 2000, y no fue divertido», afirmó. La noche termino arrojando un resultado mucho más sombrío para los demócratas.
Al frente en las encuestas y en los pronósticos, y con un enorme despliegue territorial de voluntarios para salir a buscar votos, Clinton llegaba con mejores perspectivas que Trump. Pero a medida que los datos oficiales desplazaron a los pronósticos, el panorama comenzó a cambiar.
En una escuela del centro de Manhattan, sobre la calle 48, los votantes debieron esperar hasta una hora para poder sufragar. En la fila estaba Claudia Molano, 42 años, madre argentina, padre colombiano. Se aprestaba a votar por Clinton, como la mayoría de los hispanos que conocía, dijo.
«No es que me guste mucho, pero es mejor que el loco de Trump», afirmó a LA NACION. Luego de confesar que estaba muy nerviosa por la elección, confesó: «Saqué el pasaporte argentino y el colombiano. Estoy lista para irme si ese tipo gana. No creo que me vaya quedar por aquí».
La Nación