La geología le tendió una trampa

Leandro de los Hoyos (90) camina apoyado en su bastón; la geología lo hizo recorrer un largo camino y sus rodillas no disimulan el paso de los años que le dejaron una lucidez envidiable. Recuerda su historia como si la hubiera vivido ayer. Fue en el año 1951 cuando egresó de la carrera de Ciencias Naturales de la Universidad de La Plata. En realidad, carecía de una vocación profesional.

No tenía claro qué rumbo tomar hasta que se decidió por la Geología, simplemente porque no era común en esa época. Se tituló rindiendo una tesis años más tarde, porque cuando le tocó egresar no daban el título universitario. Con dicha tesis obtuvo el doctorado en Ciencias Naturales, profesión que nunca tuvo la objeción de sus padres.

No sabe a ciencia cierta por qué estudió Ciencias Naturales, aunque supone que fue por “cierto facilismo, ya que no había examen de ingreso. Me entusiasme y caí en la trampa”, comentó el geólogo que fue reconocido recientemente por sus pares en la provincia de Salta.

Nacido en Buenos Aires, Argentina, donde residió hasta los 30 años, guarda afecto por otro país: Uruguay, porque de allí es oriunda su madre. Es el mayor de dos hijos porque su única hermana tiene seis años menos. Él habla de “lazos de sangre” uruguayos que se remontan a su abuela paterna.

Trabajó en la Dirección de Minería y Geología, y el Plan NOA lo llevó por diferentes rincones del norte argentino y sucedió lo mismo en el sur, pero con el Plan Patagonia-Comahue.

Las “diferentes alternativas políticas” definieron, de alguna manera, su trayectoria profesional y fueron determinantes para su vida personal. “Tuve que abandonar el país compulsivamente, debido al Gobierno Militar, y trabajar de forma independiente fuera del Estado desde 1962 hasta 1967. Por el afán de trabajar en el Instituto Cubano de Recursos Minerales me fui a Cuba y fui parte de la misión soviética. Era una organización formidable de especialistas en montón de temas, que por lo tanto, en lugar de ir a ayudar; aprendí”, recuerda.

A fines de la década del ’80, lo jubilaron de oficio y se dedicó a la actividad privada. Todavía le faltaban dos años para completar la edad jubilatoria.

Es un claro ejemplo de profesionalismo y esfuerzo, que no ha pasado desapercibido en su familia. Tiene dos hijos y dos cuñados que le siguieron los pasos y se convirtieron en geólogos. En total tiene seis hijos, dos del primer matrimonio y cuatro de sus segundas nupcias. Su otro hijo es Técnico en Seguridad e Higiene y su hija, que vive en Comodoro Rivadavia, es abogada.

A Angélica, su actual esposa veinte años menor que él, la conoció en el año 1970, en la Secretaría de Minería y hoy ambos viven en la Provincia de Jujuy. Desde hace 46 años están juntos.

Aprecia la música “sin exquisiteces” y el tango es lo que más escucha. “No me gusta para nada lo que escucho en radio, no por mi vejez, sino porque hay mucha improvisación y tilinguería”, indicó. En su juventud, a la media noche o a la madrugaba oía al pianista y cantante cubano Bola de Nieve y también a Atahualpa Yupanqui. Y leía, mucho. Libros de la pluma de García Márquez, Carpentier, Jorge Icaza y Manuel Scorza. Su reproche es dedicarle bastante tiempo a la televisión y reconoce que debe volver a darle más lugar a la lectura.

Nueve décadas lo hacen reflexionar y recapacitar sobre lo que su experiencia de vida le enseñó que es importante.  “Me emociono con lo que está pasando ahora en el mundo, más que emocionarme me conmueve y recuerdo siempre una frase que usaba mi madre cuando había un gran problema: ‘Todo es ignorancia’, decía”, relató el geólogo.

Su mayor preocupación está puesta en la educación,  por eso no duda en decir que lo conmueve “el porvenir. Es imposible desarrollarse con analfabetos funcionales, y se necesita veinte años de un plan educativo, como necesitó Cuba para sobresalir”.

Un hombre querido por todo su entorno. Difícil creer que podría ser de otra manera. Su charla apacible y gentil cautiva a cualquiera. Ni siquiera pretende que lo recuerden como un buen profesional, sino como “alguien bueno y buen amigo porque la amistad es un sentimiento sagrado e indiscutible”, comentó.

 

 

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