La azarosa vida de Federico Benelishe

Por Ricardo Alonso / Empresario y aventurero, fue comerciante y minero, sobrevivió a terremotos y montoneras y hasta cobró prestigio con la medicina peruana.

En la feria del libro antiguo de Buenos Aires, organizada en noviembre de 2016 por la Asociación de Libreros Anticuarios de Argentina (Alada), tuve la suerte de conseguir un pequeño volumen de memorias eclécticas del siglo XIX.

En principio me atrajo lo que parecía un clásico libro de viajero. Una rápida ojeada me convenció de que había allí encerradas historias de una vida rica y compleja, la de don Federico Benelishe, autor de «40 años de observaciones sobre la naturaleza y el hombre» (Buenos Aires, 1887). Una posterior investigación me permitió ampliar conocimientos sobre el autor de ese raro volumen. Este caballero habría nacido en Gibraltar en la década de 1820 y murió nonagenario en Buenos Aires en 1918. Por el apellido sería sefaradí y por el origen de nacimiento en el Peñón de Gibraltar, gibraltareño y súbdito inglés. Se casó en Argentina con Emilia Cámara (1841- 1910) y tuvo dos hijos: Jacinta Benelishe Cámara (1868-1956) y Jaime Benelishe Cámara (1869-1962). Jacinta se casó a su vez con el español compostelano Ramón Iglesias. Ambas genealogías están presentes en la Argentina de hoy. Lo cierto es que Benelishe habría llegado a Buenos Aires alrededor de 1838 y al poco tiempo se trasladó a Chile. Allí inició un negocio de ramos generales en Valparaíso, que se llamó la «Esquina de Las Palmas».

El minero

Viendo que la mayor riqueza en Chile era la minería buscó dedicarse a la extracción de metales preciosos. Estaba impresionado por las fortunas personales que habían logrado los mineros de Copiapó, especialmente por la explotación del famoso yacimiento de plata de Chañarcillo. Esta mina era muy apreciada por los bolacos de plata metálica pura que allí se encontraban. En Valparaíso se enfermó gravemente al punto que estaba casi desahuciado. Un amigo le aconsejó viajar al Cuzco, donde vivía su anciana madre, para curarse de las dolencias que lo aquejaban. Llegó allí y lo recibieron con mucha cordialidad. En la casa servían unos indígenas que conocían la ciencia de curar de los antiguos kallawayas. Uno de ellos lo trató con sus remedios naturales hasta que se encontró completamente repuesto. Encontró resistencia cuando quiso aprender sobre los remedios y su proveniencia, pero luego de vivir bastante tiempo entre ellos lo consiguió. En el ínterin trabajó en algunas minas de Perú, entre ellas el emblemático Cerro de Pasco. También anduvo por Bolivia y posiblemente el norte argentino.

De regreso a Chile visitó de nuevo a su viejo amigo para agradecerle. Éste le recomendó que podía continuar sus búsquedas mineras en Mendoza. Cruzó los Andes y se radicó en aquella ciudad en la década de 1850. Montó un comercio y comenzó estudios de cateos minerales en las montañas mendocinas; en aquellos depósitos metalíferos que había explotado Fray Luis Beltrán para fabricar los cañones y fusiles de José de San Martín.

Se hizo amigo de Augusto Bravard, el sabio francés que contratara Urquiza para estudiar las riquezas naturales de la Confederación argentina. Mientras permanecía en Mendoza sobrevino el espantoso sismo del miércoles de Ceniza de 1861 y la ciudad se vino abajo falleciendo la mitad de sus ocupantes. Bravard había anticipado el terremoto y murió aplastado por los escombros en el Hotel Cactus, donde se alojaba. Pereció aplastado debajo de una mesa de billar donde buscó refugiarse.

Tras el sismo, los vándalos

Benelishe sobrevivió y su testimonio es uno de los más elocuentes, desgarradores y desconocidos de la literatura sísmica argentina. Logró salvar unas pocas pertenencias y se marchó a San Juan. Montó nuevamente allí un comercio de ramos generales y estaba progresando de a poco cuando la provincia fue víctima de un complot político. Los insurgentes fusilaron al gobernador Benavides y se hicieron del poder. Luego llegaron las tropas del cuyano Saá que se dedicaron al vandalismo. Igual fortuna corrió con la gente del Chacho Peñaloza, caudillo al que también conoció y trató. Cuenta que ni siquiera el hecho de ser extranjero y tener inmunidad diplomática como súbdito inglés le valió de nada ante la soldadesca dedicada a saquear más que a poner orden. Llegado Domingo F. Sarmiento a la gobernación se presentó a quejarse de todos los atropellos sufridos y de la pérdida de sus bienes materiales que lo habían dejado en la ruina. Al parecer Sarmiento lo derivó a Buenos Aires, donde cayó en la más abyecta miseria. Sin embargo un temple y fortaleza de acero, sumado a la buena fortuna de la ayuda de algunas personas nobles, especialmente de la colectividad vasca, lograron que fuera recuperándose.

La medicina ancestral

Mucho tuvo que ver la curación que, por pedido de su anfitrión, logró con sus remedios peruanos sobre un vasco con sífilis que había sido desahuciado. El hombre se curó y a pesar de que Benelishe se negaba a recibir dinero por ello, igual fue generosamente recompensado. Esto le trajo cierta fama de curandero que él, respetuoso de la medicina oficial, rechazaba de plano. Igual, según comenta, el estado miserable en que estaba le obligaba a recibir esas recompensas que eran dadas con generosidad por los pacientes que ya no esperaban otra cosa que la muerte. Es interesante que en su meticulosidad reproduce en el libro las cartas que le hacían llegar algunos pacientes con las dolencias de las que habían sanado. Entre ellos menciona a Mariano Billinghurst, Francisco Ghualdo, Martín A. Fogel, Graciana Castello, Florencio Madero, José A. Doncel, Carlos Legal, José Bergueranel, Cayetano Sánchez, Isidoro López, Federico Castaño y Leopoldo Castaño. Aún en lo desordenado del texto de su libro parece que instaló en Buenos Aires una imprenta en la calle Piedad 129, para la confección de libros de contabilidad. Luego la habría trasladado, en 1887, a Florida 177. Fue vecino de Bartolomé Mitre. En las imprentas mencionadas publicó algunos de sus folletos y libros referidos a la minería del país y a cuestiones limítrofes con Chile.

Al parecer detrás de su sueño minero regresó a La Rioja, donde emprendió la aventura de catear minerales en el Nevado de Famatina. La parte más rica del texto de su libro de 1887, una obra que él define como práctica, es sobre la constitución geológica de la montaña, los tipos de rocas presentes, los filones minerales -especialmente de metales preciosos- y el nombre de las distintas minas; entre otras: Mejicana, El Espino, Los Bayos, Tigre, Cerro Negro, Caldera Vieja, Santa Rosa, Cieneguita, Ampallado y Aranzarú. Considera los obstáculos para la explotación y propone los medios que cree adecuados para vencerlos.

Dice que escribe desde la paz y la tranquilidad que le da La Placilla de Chilecito, un lugar de descanso y reflexión. Dada la época en que prospectó y estudió ese distrito minero sus trabajos son pioneros o al menos contemporáneos al de los grandes científicos centroeuropeos contratados por Sarmiento para la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba. Menciona que para aquella época y, como buen conocedor del tema, los vinos de La Rioja eran mucho mejores que los de San Juan y Mendoza. Escribe una sentida poesía sobre el tema del vino y también otra dedicada a La Rioja. Basados en su relato podemos apreciar que Benelishe fue un hombre de coraje, un viajero temerario, varias veces en peligro de muerte en épocas de caudillaje o por enfermedades de la montaña, sobreviviente del terremoto de Mendoza, comerciante, empresario, imprentero, tipógrafo, escritor, poeta, cateador, minero y hasta idóneo en el arte de curar aprendido de los antiguos peruanos. Una biografía digna del mejor guión de una película de viajeros y personajes decimonónicos.

 

 

El Tribuno

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