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Litio y obsesiones

El tener los mayores recursos de litio no significa ninguna preeminencia en el mercado.

Dionisio J. Garzón

Hay una fijación casi obsesiva en algunos proyectos minero-metalúrgicos en nuestro país que se da en periodos considerables (generalmente décadas) en los que por diferentes razones éstos no pierden vigencia, pero tampoco se concretan, y una vorágine de propaganda y de retórica política reemplaza el raciocinio técnico y permite seguir soñando en ellos. Muchas veces considerados “elefantes blancos” siguen como propuestas válidas. Ejemplos hay muchos, categorías también: Mutún, Karachipampa, Corocoro, salares, refinerías de zinc, etc. son algunos que se pueden mencionar donde la obsesión supera en muchos casos al raciocinio.

Pretendo hoy referirme a nuestro proyecto estrella, el litio (más potasio, sodio, boratos) del Salar de Uyuni, del cual se habla mucho y se gastan torrentes de tinta y horas de entrevistas en los medios. En este proyecto hemos depositado la esperanza de todo un pueblo sobre el renacimiento de la minería y el nacimiento de la industrialización de los metales en Bolivia. Pretendo un análisis reflexivo y pragmático sobre el metal y su mercado, aspectos que definirán nuestra suerte.

El litio es un metal muy liviano, altamente reactivo y de fuerte potencial electroquímico. Esto lo hace ideal (entre otras aplicaciones) como componente de electrodos de baterías de uso múltiple, y ha causado una batalla por el control de su cadena de producción e industrialización por la premura que vive el mundo de usar energías alternativas no contaminantes en maquinarias, equipos y automóviles. El litio es un elemento abundante en la naturaleza y se presenta en minerales primarios de algunas rocas y en concentración en lagos salinos. Se lo comercializa como carbonato, hidróxido monohidratado, bromuro, cloruro y como mineral primario. El carbonato es el más comerciable en el mercado, y a diferencia de otros commodities no tiene niveles de referencia y el precio de venta se acuerda directamente con el consumidor final. Estas características causan la premura de asegurar contratos a largo plazo en los que se han concentrado actualmente los grandes fabricantes de baterías y de automóviles híbridos y eléctricos.

El mercado actual tiene una demanda de 206.203 toneladas/año de carbonato de litio equivalente (LCE), y una oferta de 192.553 t/año de LCE. El déficit del 7% se reducirá este año con la puesta en marcha de proyectos nuevos que producirán cerca de 41.000 toneladas/año de LCE (Hybrid cars, Seeking Alpha, BYD y otras fuentes). El 70% del mercado lo dominan Albemarle Corporation (EEUU) 33%, FMC (EEUU) 12% y SQM (Chile) & Rockwood Lithium (EEUU) 25%; el resto lo disputan China y algunas empresas menores de Occidente. Nuestro proyecto, de ser realidad algún día, tendrá que lidiar en este estrecho margen o aliarse con una de las grandes empresas si se quiere tener éxito.

Como alguna vez apunté en esta columna, el tener los mayores recursos minerales en el país no significa ninguna preeminencia en el mercado. El litio es abundante y barato (el precio promedio del carbonato en 2016 fue de 6.800 $us/tonelada, con un pico efímero cercano a los 13.000 $us/t). Su uso en baterías de ion litio para autos, equipos y en generadores de energías alternativas es a esas tecnologías como el cuarzo a los relojes de cuarzo, el cacao al chocolate o la arena a los chips de computadoras (J. Aleé, director del Centro de Innovación del litio de la Universidad de Chile, dixit). Los ganadores en esta batalla no serán los productores de materia prima, sino las empresas que dominen las tecnologías y el mercado. La obsesión de conducir el proyecto a nuestra manera nos hará perder el tren de la historia si no lo adecuamos a las tendencias actuales.

 

La Razón

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