Uranio en la Argentina: ¿Riesgo ambiental o una oportunidad económica?

 

Argentina cuenta con reservas comprobadas de uranio por 30.000 toneladas. Sin embargo, desde la década de 1990 dejó de extraer el mineral en su territorio e importa el metal proveniente de otros países para utilizarlo en la generación de energía eléctrica.

Además, se usa en la medicina, la industria, los desarrollos tecnológicos convencionales, la agricultura, el arte y la arqueología.

Además, se estima que el país puede tener inmensas fuentes uraníferas todavía sin descubrir, y eso le valió el interés de las potencias mundiales.

Sin ir más lejos, Argentina y Rusia firmaron un acuerdo en enero donde la empresa local UrAmerica junto a la extranjera Uranium One Group realizarán tareas de exploración y explotación de uranio en el país sudamericano, señala RT.

Energía y medio ambiente

La utilización de un recurso estratégico como el uranio presenta debates por las proyecciones en materia energética, pero también los posibles riesgos en materia de seguridad y el impacto en el medio ambiente.

Para comprender mejor la polémica entre políticos, empresarios, científicos y ambientalistas o vecinos comunes que se oponen a los emprendimientos uraníferos cerca de sus poblaciones, es necesario explicar qué es el uranio y para qué se utiliza.

«Es un combustible», explica con sencillez un experto del sector nuclear, quien prefiere mantener su anonimato. Este metal puede encontrarse en la corteza terrestre o incluso en el mar u otros cursos de agua.

En efecto, las capacidades de esta materia prima son enormes comparadas con otros recursos energéticos. Dicho de un modo más sencillo: una minúscula pastilla de uranio, bastante más chica que la palma de una mano, equivale a 500 litros de petróleo, una tonelada de carbón o 40 garrafas de gas. Las ventajas son gigantes si se considera la logística para su traslado y su posterior uso.

Cómo se utiliza

El común de la gente sólo sabe que el uranio puede usarse para hacer explotar ciudades enteras, como Hiroshima y Nagasaki, o crear peces mutantes de tres ojos, según ‘Los Simpson’. Sin embargo, Argentina es uno de los países donde el uranio se utiliza exclusivamente con fines pacíficos. Para comprender el proceso de conversión energética, una de las fuentes consultadas enseña: «Lo que se logra con un reactor nuclear es aprovechar la energía del interior de los núcleos atómicos, que se libera con una ruptura controlada».

En otras palabras, en una reacción nuclear «se logra que ciertas partículas subatómicas, llamadas neutrones, desestabilicen núcleos de uranio y los rompan», liberando una enorme cantidad de energía. Explicado de un modo simple, el reactor nuclear utiliza la energía obtenida del uranio para calentar agua y convertirla en vapor, que luego le da movimiento a una turbina que sirve para generar energía eléctrica.

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A su vez, el país tiene importantes avances para aplicar los desarrollos nucleares en la salud de las personas. Los radioisótopos, que son elementos químicos que producen radiación, pueden usarse en diversos procedimientos terapéuticos, incluso para destruir tejidos tumorales.

Sin embargo, la historia, y también el presente, no dejan mentir. El uranio tiene un enorme potencial militar y los especialistas comentan en pocas palabras aquello que despierta gran curiosidad en miles de lectores: ¿Cómo funciona una bomba atómica? «La reacción nuclear es incontrolada, busca liberar una cantidad fabulosa de energía de manera concentrada y con un poder de destrucción enorme», contestan.

Asimismo, agregan: «Consiste en una determinada masa de uranio que tiene que llegar al estado de supercriticidad —neutrones que rompen de forma descontrolada átomos de uranio—. Esta ruptura genera nuevos neutrones, y a su vez rompen nuevos átomos. La reacción en cadena se va multiplicando geométricamente, con neutrones libres y rupturas de átomos, que van liberando a su vez energía. Todo ese proceso ocurre rapidísimo». Así se explica la gran onda expansiva de las armas nucleares.

«La aparición de la era nuclear generó, por un lado, avances importantes en cuanto a la producción de energía, y por otro, una amenaza gigante», opina uno de los entendidos.

Perspectivas de Argentina

Argentina está lejos de ser una potencia explotando esta materia prima. Al día de hoy, el país cuenta con 30.000 toneladas en su territorio, mientras que en el mundo hay 7 millones. Asimismo, posee cuatro centrales nucleares —tres de ellas generan energía eléctrica—, cuando en todo el planeta hay 449, según datos de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA).

En la década del 90 el precio del uranio cayó notablemente y se dejó de extraer el mineral: todo lo consumido localmente —210 toneladas al año— es importado. Por ello, el nuevo memorándum con Rusia es importante para descubrir nuevas fuentes energéticas en un país donde los cortes de luz son recurrentes; hay expectativas en el sector para encontrar todavía más uranio.

Desde ese enfoque, es oportuno mencionar que en América Latina hay un total de siete reactores, incluyendo los argentinos, es decir que el país tiene todo lo necesario para ser un importante actor regional junto a Brasil.

La intención es, si todo sale según lo previsto, poder utilizar los propios recursos naturales, pero también exportarlos a otras naciones y «ser un proveedor de uranio mundial», reveló el titular de la empresa local UrAmerica a Ámbito Financiero. Al mismo tiempo, sumó: «Creemos tener una cuenca similar a la de Kazajistán», uno de los países con mayores reservas del metal codiciado en el mundo.

¿Riesgos en seguridad?

Posicionarse como un referente regional a la hora de comercializar uranio puede traer beneficios económicos, pero también debe generar alertas para resguardar la seguridad interna, o al menos así lo piensa Edgardo Glavinich, secretario de la Cámara Argentina de Profesionales en Seguridad Integrada (CAPSI): «Los riesgos siempre existen cuando tenés estructuras críticas o recursos estratégicos, como los minerales», explica.

Además, el experto advierte que pueden generarse «injerencias de otros países o potencias», aunque aclara que las naciones en vías de desarrollo se verían imposibilitadas en meterse dentro de los asuntos argentinos.

Sin rodeos, Glavinich subraya que Argentina firmó acuerdos internacionales de no proliferación «para tener un equilibrio regional junto a Brasil, que en algún momento planteó usar energía atómica en sus submarinos». A pesar de ello, si Buenos Aires exportara uranio, «podría no saberse el destino final». Es decir que, según su criterio, la materia prima puede terminar en naciones «con desarrollo militar basado en energía nuclear». En caso de que su hipótesis sea real, esto conllevaría a nuevas tensiones internacionales y más peligros para la humanidad.

Con mayor profundidad, el analista estratégico resalta que los Estados generalmente tienen responsabilidades, como respetar acuerdos internacionales o rendir cuentas a sus sociedades. Sin embargo, comenta Glavinich, «otra cosa es un acuerdo de los Estados para que intervengan los privados». Según el politólogo, las empresas tienen más flexibilidad a la hora de administrar el uranio: «En un convenio, un privado no va a firmar restricciones de cuál es su mercado a la hora de exportar el material. Es decir, se lleva la piedra y la procesa, pero pueden exportar a países que tengan fines militares».

En contraposición a esta teoría, expertos argentinos en recursos uraníferos negaron al portal RT que esto fuese posible. Asimismo, el artículo 11 del Código de Minería dice que cada exportación debe ser aprobada por la CNEA —organismo estatal—, garantizando el abastecimiento local y el destino final.

Continuando su explicación, Glavinich apunta que la capacidad de contraofensiva local es baja, y comenta: «Argentina tiene grandes extensiones territoriales, pero incapacidades en el control y ello puede conllevar a que haya extracción ilegal de minerales. Es más redituable que el narcotráfico, incluso muchas empresas narcos lo financian. Tiene penalidades más bajas».

Por otro lado, considera que el desarrollo de grandes puertos privados en Sudamérica, con capacidad para cargas de grandes volúmenes, «genera vulnerabilidad y bajo control». Al respecto, aclara: «No quiere decir que el puerto sea socio, pero presta servicios de logística y puede que en la carga haya un material con un traslado sin inspección».

Alerta sobre medio ambiente

Fuera de la capital argentina, hay cientos de agrupaciones y asambleas vecinales que se oponen a la instalación de proyectos extractivistas cerca de sus comunidades. Sostienen, convencidos, que contaminan sus tierras, el agua y el aire que respiran todos los días.

Al sur del país, en la provincia de Chubut, centenares de residentes de la agrupación No a la Mina, en la ciudad de Esquel, luchan todos los días contra este modelo. Roberto Ochandio es un geógrafo local que durante los últimos años se dedicó a realizar investigaciones independientes para demostrar que esta clase de emprendimientos perjudica sus vidas, y los ciudadanos agrupados confían plenamente en él para argumentar sus denuncias.

«El drama es que el uranio se encuentra dentro de acuíferos —ríos subterráneos— activos», comienza explicando Ochandio. En aquella provincia, la minería a cielo abierto está prohibida por ley, por ello «el Gobierno nacional propone la lixiviación ‘in situ'». ¿Y eso qué significa? El referente vecinal ejemplifica: «Es como poner café en un filtro, echarle agua caliente que lo arrastre hacia abajo y luego obtener el producto para tomar». Más allá de la metáfora didáctica, el problema radica en que «esto implica inyectar el ácido sulfúrico, u otros químicos, dentro del acuífero», comenta.

Así las cosas, el chubutense considera: «Quien tome el agua va a estar recibiendo una batería de productos químicos que no necesita tener». Sin embargo, sospecha que la verdadera intención gubernamental es modificar la legislación para efectuar tareas mineras, a pesar de las críticas. «Cualquiera de los dos métodos es peligroso y crea un gran impacto ambiental», opina el entrevistado.

Un geólogo especializado en exploración uranífera —quien resguarda su nombre por políticas del organismo donde trabaja —, comenta que «el impacto ambiental existe», y suma: «En el país, la minería se hizo cumpliendo los estándares del momento. Por supuesto que hay pasivos ambientales y malas prácticas del pasado, pero se ajustaban a la legislación vigente en ese entonces, como pasó en todo el mundo».

Además, defiende el sistema: «No existe ningún caso de contaminación. Lógicamente en los sitios donde se explotó uranio hay impacto, pero no hay casos comprobados donde se haya afectado a las poblaciones aledañas o personas que trabajaron en los complejos».

No obstante, «la minería a cielo abierto hace un gran socavón, un pozo gigantesco, desde donde se saca a la superficie toda la roca con el mineral que se esté buscando», repasa el vecino, y advierte: «Libera radón», un gas radioactivo de origen natural, la segunda causa más importante del cáncer de pulmón después del tabaco, explica la Organización Mundial de la Salud (OMS), indica RT.

Vale destacar que el 90% de los recursos uraníferos se encuentran en las provincias de Mendoza y Chubut, pero sin una ley que lo avale no se podrá explotar el material con la minería a cielo abierto. Sobre el proceso de lixiviación, el geógrafo se lamenta: «En 20 o 30 años el acuífero quedaría destrozado, en un momento donde el mundo se está quedando sin agua, sería un crimen contra la humanidad». Sin lugar a dudas, la geopolítica atravesará de lleno los tensos debates entre políticos y habitantes locales.

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