Rosana Saldívar (46) es docente y mamá, pero fundamentalmente la caracteriza una gran vocación por enseñar. Siempre fue así, pero jamás imaginó que ese doble rol, que cobraba nuevo impulso además en un contexto de desarraigo, iba a dar forma a una propuesta pedagógica con la que se iba a comenzar a implementar la lectura en los recreos de escuelitas calingastinas.
Años atrás en Calingasta, en la época en que el emprendimiento minero Casposo comenzaba a sentar bases, Rosana llegó al departamento con su familia en busca de una nueva vida: su esposo iba a probar suerte en la minería y con ello le apuntaban a cumplir el postergado sueño de la casa propia. Dejaban todo atrás. Era empezar de cero, con tanta expectativa como riesgo. Pero Rosana puso la valentía por delante de todo.
La familia se radicó en Hilario. Los primeros tiempos, la docente crió a las niñas que eran pequeñas (1 y 4 años), pero hace seis años, cuando iniciaron la primaria, los momentos de las tardes en las que se dedicaba a ayudarles en los deberes se convirtieron luego en clases de apoyo a domicilio para otros niños del lugar. «Necesitaba trabajo para apoyar a mi esposo y se presentó en forma casual, las nenas contaban a sus compañeros que les daba clases en las tardes, así fue que algunas mamás se acercaron y después yo empecé a ofrecer mis servicios de clases de consulta», recuerda.
«Yo estudié en la UNSJ y para costear mi carrera daba clases de apoyo, cuando comencé a ayudar a mis hijas sentí que era afortunada por tener herramientas y comencé a sentir que podía hacerlo por alguien más, no pensé que iba a ser tan transformador», agrega.
Las clases de consulta la llevaron a Sorocayense, a la escuela Francisco Javier Muñiz, donde asistían sus hijas, a unos 15 kilómetros de Hilario. Empezó a hacerse conocer y en la medida que incorporaba experiencia nació lo que luego se conoció como el «Club de la Biblioteca», un programa de voluntariado que tuvo el respaldo de Troy Resources, la operadora por entonces de Mina Casposo y a través de la cual inició el dictado de clases de apoyo en la biblioteca.
Al principio costó incorporar el hábito de las clases de consulta en la escuela, pero luego generó demanda. La idea que surgió después sería trascendental cuando los chicos del club (unos diez niños hasta 12 años) comenzaron a leer en los recreos a los más pequeños. «Les ayudó a pronunciar mejor, a desenvolverse en público, a desarrollar el hábito de la lectura, su capacidad comprensiva y creativa», detalla. El proyecto luego se extendió a Barreal con el apoyo de El Pachón. «Yo buscaba un trabajo… y encontré un cambio en mi vida», reflexiona Rosana.
Fuente: Diario de Cuyo