Las fortunas de regiones brasileñas suben y bajan de la mano de Vale

 

BARÃO DE COCAIS, Brasil- Cuando el gigante minero Vale SA cerró una mina de hierro hace unos meses, este pueblo obrero se convirtió en un caso de estudio sobre una región cuya industria tradicional empieza a desaparecer.

Durante siglos, la minería ha sido la sangre que corre por las venas de Minas Gerais, un estado del sureste brasileño que alberga pueblos coloniales llenos de iglesias barrocas y mansiones ornamentadas que se construyeron gracias a las riquezas minerales. Minas Gerais sigue siendo uno de los estados más prósperos de Brasil, gracias en gran parte a los empleos y a los ingresos generados por compañías como Vale.

El deterioro, sin embargo, ha comenzado y muchos piensan que Minas Gerais podría un día parecerse a los lugares cuya prosperidad dependía de una industria que se marchó y se ha ido a menos como la región carbonífera de Estados Unidos en los Montes Apalaches.

Mientras tanto, a unos 1.600 kilómetros hacia el norte, en las Sierras de Carajá, una cadena montañosa en la selva amazónica, Vale da los toques finales a un complejo minero de US$14.000 millones conocido como S11D. Se espera que genere anualmente hasta 90 millones de toneladas de hierro de la mayor calidad y más bajo costo del mundo. Se estima que para 2018, la mitad de la producción de Vale provendrá de Carajás, frente a 39% que procedió de sus minas en la región el año pasado.

 

El cambio comienza a sentirse en ciudades como Barão de Cocais, donde el cierre de la mina Gongo Soco en abril hizo que las regalías prácticamente se acabaran. El desempleo está en aumento, en las calles abundan las casas y los negocios cerrados y se proyecta que los ingresos municipales caigan en cerca de un cuarto el próximo año.

 

«A la larga, la minería se termina», dijo el alcalde electo Décio dos Santos, quien agregó que la ciudad está mal preparada para vivir sin Vale. «Necesitamos pensar en formas de desarrollo más sostenibles», indicó.

Décadas de minería intensiva han dejado a Minas Gerais con depósitos agotados que son cada vez más costosos y menos factibles de explotar en un momento en que los precios del mineral de hierro se han derrumbado de casi US$200 la tonelada en 2011 a menos de US$40 la tonelada hace unos meses. Los precios se han recuperado algo desde entonces y actualmente rondan los US$80 la tonelada.

Refinar un mineral de grado inferior también genera grandes volúmenes de desechos cuyo almacenamiento puede ser peligro-so. Después de que una falla en una presa de relaves de Samarco, de la que Vale era copropietaria en la cercana localidad de Mariana, provocara la muerte de 19 personas el año pasado, ejecutivos de la empresa y políticos locales dicen que los reguladores se han negado a conceder las licencias que Vale necesita para extraer nuevos depósitos en la región.

«El futuro aquí no es seguro», dijo Karina Rapucci, cogerente de la mina de hierro de Vale en la cercana localidad de Brucutu, la más grande de Minas Gerais.

Como resultado, Vale ha centrado cada vez más sus inversiones en las grandes reservas sin explotar de Carajás, donde el mineral es tan rico que genera poco desperdicio y es lo suficientemente barato como para ser rentable en prácticamente cual-quier escenario de precios. Vale estima que S11D tendrá menores costos de mantenimiento y mayores márgenes, dijo en noviembre Peter Poppinga, su director de minerales ferrosos. La nueva mina debería permitir a la compañía contrarrestar con facilidad el agotamiento de sus proyectos más antiguos, añadió.

Es una mala noticia para Minas Gerais, donde la minería sigue siendo el pilar de muchas comunidades que han hecho poco para diversificar sus economías. El gobernador Fernando Pimentel dijo recientemente que la decreciente actividad minera es una «calamidad financiera» que dificulta la labor del estado de mantener los servicios públicos y pagar los salarios.

En Barão de Cocais, una ciudad de unos 30.000 habitantes, el auge propulsado por el pago de regalías mineras se tradujo en nuevas oficinas gubernamentales y empleos públicos. Pero sin la presencia de la mina Gongo Soco para apuntalar el presupuesto, el alcalde entrante, dos Santos, contempla despidos y recortes de agencias municipales para el año próximo. Los baches en las calles no son reparados.

Mineros desempleados como Júlio César dos Reis temen por el futuro. Dos Reis sufre una rara enfermedad de los ojos y ya no tiene seguro de salud que cubra las cirugías que necesita. «¿Cómo voy a encontrar trabajo… sin tratamiento?», se lamenta.

A unos 40 minutos en auto al este de Barão de Cocais, la ciudad de São Gonçalo do Río Abaixo se encuentra en una situación igualmente vulnerable.

Este lugar remoto y rural cuyos residentes sobrevivían a duras penas gracias a la cosecha de plátanos y caña de azúcar se transformó de la noche a la mañana en 2006 cuando Vale inauguró la mina Brucutu. El Producto Interno Bruto per cápita de la ciudad se disparó a más de US$100.000 en 2014, a la par del de San José, en pleno Silicon Valley, California. La riqueza sin precedentes permitió a la municipalidad comprar una flota de autos y construir un hermoso estadio y hasta una hambur-guesería gourmet.

A pesar de tener menos de 11.000 habitantes, en la última década el gobierno local aumentó su nómina casi 700%, a 1.600 empleados. Esta es una práctica común en localidades brasileñas que dependen de las materias primas.

Vale ya ha extraído la mayor parte del mejor mineral de las secciones de Brucutu en el área de São Gonçalo. Esto significa que las regalías que la ciudad se ha acostumbrado a recibir probablemente disminuyan.

La riqueza minera de São Gonçalo llegó -y está a punto de desaparecer- tan rápidamente que nunca alcanzó a algunos re-sidentes. Indicadores de desarrollo como el nivel de alfabetización y las tasas de mortalidad infantil están por debajo de los promedios nacionales. El 10% de los habitantes todavía quema la basura en su casa y se pueden apreciar escenas de pobreza aplastante a lo largo de las vías sin pavimentar que conducen a las calles recién asfaltadas del centro.

Conceição Moreira Duarte, su esposo e hijo subsisten gracias a los subsidios del gobierno y el esporádico salario que el hombre gana como jornalero.

«Para nosotros, nada ha cambiado», señala la mujer.

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La Nación

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