Regalías y demagogia

Editorial Ancasti/

El pedido dado a conocer por el bloque de diputados de la oposición local para que el reparto de las regalías mineras sea totalmente automático tiene fundamentos, pero parece no contar con un anclaje sólido en la realidad.

En pocas palabras castellanas y para que se entienda, en su momento se realizó la previsión de que estos recursos no llegaran a los municipios en forma automática porque existía el temor –que después se probó explícitamente fundado y justificado en reiteradas ocasiones- de que los intendentes se tomaran el beneficio para la chacota y se patinaran cada billete en gastos escasamente relacionados con el objetivo primario de los mismos, que era la ejecución de obras que cambiaran la calidad de vida de los ciudadanos.

Uno de ellos, para poner un primer ejemplo, era la realización de costosos festivales que si bien cumplían con una parte del cometido de generar movimiento turístico, por su misma estacionalidad se volvían ostensiblemente fungibles e incluso en algunos casos innecesarios o eje de corruptelas.

Similar adjetivo podría aplicarse al destino cuasielectoral de esos fondos, cuando los jefes comunales tomaban los recursos de la regalías como colchoncito para sostener una planta de empleados y funcionarios sobredimensionada, injustificada y por fuera de las reales posibilidades financieras de sus propias arcas.

Faltaría mencionar, aunque sin entrar en profusos detalles, que en algunos casos esos recursos fueron a parar a obras que no se ejecutaron o se ejecutaron a medias, con una inutilidad para el destino que es idéntica en cualquiera de los dos casos.

Basta ver que ninguna de las comunas directamente tocadas por los yacimientos mineros mostró un crecimiento verdadero, real, sustentable y factible de regenerar otras formas de desarrollo.

El control del uso de esos recursos quedó en manos, con posterioridad a las presuntas inversiones, de un tribunal revisor que no siempre se caracterizó por su diligencia para determinar hechos sancionables o delictivos.

Visto así, el argumento del menguante radicalismo local revela su verdadera naturaleza: una propuesta de temporada más cercana a las fronteras de la demagogia que a las de la sinceridad.

 

 

 

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