Nogales, dulces y vestigios de la minería en el paisaje de Chilecito

Un histórico yacimiento de oro y plata, las vistas de los valles, el sabor del vino torrontés y las actividades de aventura se impionen en este pueblo de La Rioja, enmarcado por los cerros de la precordillera.
Entre las sierras de Velazco y de Famatina, en un valle de piedras y ríos, aparece sembrado un rosario de pueblos de nombres sonoros. Vichigasta, Nonogasta, Guandacol, Jumeal, y en el medio, la serena Chilecito. Segunda ciudad en importancia de la provincia de La Rioja, Chilecito se levanta en el corazón del Valle Antinaco-Los Colorados, a un costado de la ruta 40. La particularidad de estar rodeada por dos cordones serranos le da una singularidad y belleza infrecuentes. El cordón del Famatina -y, especialmente, el pico que lleva ese nombre- suele estar coronado por una densa capa de nieve.

Fundada en 1715 por el colonizador español Domingo de Castro y Bazán, originalmente la localidad de la precordillera -ubicada a 200 kilómetros hacia el noroeste de La Rioja capital- fue bautizada como Villa Santa Rita. Posteriormente recibió el nombre actual. Según algunas versiones, el topónimo “Chilecito” sería el nombre aborigen de la región, Chilecito o Chiloe (o sea, ‘tierra roja’ o ‘de color rojo’). Otras versiones lo asocian a la vecina República de Chile, que proporcionó la mayor cantidad de mano de obra cuando se comenzó a explotar el oro del Famatina a fines del siglo XIX. Sin embargo, hay fuentes que señalan que ya en 1700 se mencionaba a la zona como “Puerta de Chile”, lo que indicaría que el nombre ya estaba instalado desde la época colonial, mucho antes de iniciarse la explotación minera.

En efecto, la actividad minera marcó la vida de la ciudad. El nombre del cordón proviene de Huamatina o Mamatina, que significaría “Madre, productora del metal blanco, amarillo o colorado” (plata, oro o cobre). Actualmente, esa característica se palpa en los restos del sorprendente Cable Carril de la mina La Mejicana, ubicada en el cerro General Belgrano. Este es, quizás, el más importante atractivo turístico por la grandiosidad de la obra y el impacto que produce la maquinaria instalada hace más de un siglo, hoy fuera de uso.

La ruta recientemente asfaltada flanquea los tendidos de cables de acero, sostenidos por 262 torres, que cada tanto se interrumpen por las llamadas estaciones; allí, como contundente testimonio, están colgadas las vagonetas que servían para bajar el material. A través de 35 kilómetros, y nueve estaciones, trepa en línea recta desde los 1.100 metros en Chilecito, hasta los casi cinco mil metros en la boca de la Mejicana. El Cable Carril ha sido declarado Monumento Histórico Nacional.

Los visitantes pueden llegar en auto hasta la Estación 3, llamada El Parrón, ya en plena serranía a casi dos mil metros de altura; las estaciones 1 y 2 permanecen vedadas al público por cuestiones de seguridad. En ese tramo los cables quedan suspendidos el cielo a más de cien metros del lecho de un río angosto. La estructura tecnológica de hierro y engranajes, construida por alemanes y explotada por ingleses, dejó de funcionar hace unas décadas.

La Estación 3, impecablemente cuidada, dispone de miradores hacia los cuatro costados, un bar con mesitas al sol, o bajo los árboles, y tiendas de souvenires. Luego del deslumbramiento por esa tecnología que aun sorprende, el visitante siente que todo queda opacado y empequeñecido por la vista del magnífico valle y la grandiosidad y colores de los cerros que lo cuidan.

Al lado de la ruta corren sendas peatonales y para ciclistas, y un poco más arriba, en Guanchin, en la Quebrada del Ciruelo, ofrecen senderos de trekking, circuitos para bicicletas de montaña. Son en general de fácil acceso y bordean poblados y fincas con nogales, membrillos y duraznos. Estos senderos llegan hasta los tres mil metros de altura.

Muy emocionante es el Camino del Inca, que usaban las culturas nativas para cruzar el Famatina. Allí reinan los colores: el rojo de las montañas, el intenso verde la vegetación y el cielo mas diafamo que se pueda imaginar. Acompaña el recorrido el rio Miranda, caprichoso y serpenteante.
El Pique es un pueblito insertado en un camino que se ondula en la montaña; y no muy lejos se puede visitar el Río de Dos Colores, donde unen sus aguas el río de la Quebrada del Agua Negra, rico en oxido de calcio (cal) y el río Amarillo, donde predomina el brillo ocre. Al unirse, recorren cuesta abajo varios kilómetros, orgullosos de sus dos colores, blanco y amarillo.

También se puede acceder a la Mina El Oro, un pueblito abandonado que supo tener más de 600 habitantes y hoy es un escenario con herencias del amarillo del oro en las murallas y las paredes de las casitas.
El tema minero es vasto y tiene rincones muy curiosos, hay hornos de fundición de minerales que datan de principios del siglo XVIII tanto en Santa Florentina y Nonogasta como en Vichigasta y Patayaco, y en Capayán, Tilimuqui y Santa Florentina quedan algunos trapiches.
Paseos urbanos Gran productora de nueces y frutales, también es la zona vitivinícola por excelencia. En estas tierras nace el torrontés riojano y se produce uno de los más exquisitos aceites de oliva; la gastronomía sorprende no por su variedad sino por la riqueza de sus sabores. Muchos restaurantes, lujosos algunos, humildes otros, ofrecen una buena paleta gastronómica donde también tienen su lugar los exquisitos dulces regionales.

La ciudad cuenta con una gran oferta museística y de templos, como Museo Molino de San Francisco y la Parroquia del Sagrado Corazón frente a la plaza. A siete kilómetros de Chilecito está la Plaza Museo de Santa Florentina. Y, para el otro lado, el Museo Samay Huasi, en San Miguel: minería, flora, fauna, objetos de su dueño el fundador de la Universidad Nacional de La Plata, Joaquín Víctor González, nacido en la zona.

El Jardín Botánico Chirau Mita, en La Puntilla, se presenta como “el jardín más bonito de la Argentina”. Es un museo botánico y de los pueblos originarios (en esta zona, diaguitas) y de los gauchos e inmigrantes.

Finalmente, a pocas cuadras del centro se accede al Parque Municipal, recostado sobre la Sierra del Paimán. Allí, una escalinata asombrosa -de casi treinta metros de largo- lleva hasta el Mirador Cristo del Portezuelo. La vista de toda la ciudad, del valle de frutales y del cielo es inigualable. El otoño y la primavera son las épocas ideales, cuando Chilecito recibe a sus visitantes soleado, seco y no tan caluroso como en verano.

Imperdible

Una visita a Chilecito no estaría completa sin recorrer la legendaria Cuesta de Miranda. Un espectacular camino de montaña, por la ruta 40 de más de diez kilómetros con sus profundos faldeos ocre-rojizo, más cornisas y desfiladeros. Cruza un abra entre las Sierras de Famatina y Sañogasta. La ruta construida entre 1918 y 1928 fue una proeza de la ingeniería de su época. Recién a partir de 2011 se comenzaron los trabajos para una ruta alternativa a través de la zona. La obra se terminó en 2015. A dos mil metros está el punto más alto, el Mirador El Bordo Atravesado, a dos mil metros de altura. El camino está asfaltado.

Clarín

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